miércoles, 10 de abril de 2013

SER RESPONSABLES



Las personas somos inevitablemente morales. Cada instante nos hace, nos forma, nos conforma. Imaginamos posibilidades, elegimos, justificamos. Nos forjamos un carácter, subimos, bajamos, una naturaleza, una vida.
Parece ser que la libertad es el bien más preciado en nuestra sociedad. Quien actúa según ella debe ser capaz de responder de sus actos y asumir, en su caso, las posibles consecuencias que conllevan dichas decisiones.
Ser responsable supone actuar de una forma libre, voluntaria y consciente, o lo que es lo mismo, con conciencia, que implica un saber conocer lo bueno y lo malo de las acciones propias y ajenas.
Ese saber actuar con conocimiento, que nos permite escoger entre diferentes alternativas, esa conciencia moral, esa voz interior, es la que mueve y orienta nuestra conducta en la dirección adecuada. Es, la que nos ayuda a juzgar y a distinguir lo que es correcto de lo que no lo es.
Cosa distinta es que al actuar sigamos su juicio o, que lo desatendamos. En ese caso, se nos premiará o se nos castigará, en este último caso, con el remordimiento. Y es que, tan solo “una buena conciencia no teme a ningún testigo” (Séneca).
Por eso, apunta Fernando Savater en Ética para Amador que “a diferencia de otros seres, vivos o animados,  los hombres podemos inventar, elegir, en parte, nuestra forma de vida. Podemos optar por lo que nos parece bueno, es decir, conveniente, frente a lo que nos parece malo, o inconveniente. De modo que parece prudente fijarnos bien en lo que hacemos y procurar adquirir un cierto saber vivir que nos permita acertar. A ese arte de vivir, es a lo que llaman ética”.
Max Weber, filósofo y sociológo alemán, hizo una distinción a la hora de actuar entre dos posibles orientaciones morales, e introdujo la noción de ética de la responsabilidad para referirse a los políticos, partiendo de la base de que un político no solo debe actuar según unas convicciones o principios, que Weber denomina ética de la convicción, sino que también debe tener en cuenta las consecuencias de sus actos. Por eso, cuando una acción produce consecuencias negativas, el responsable de dicha acción deberá asumir toda la responsabilidad sobre esas consecuencias. Y es que, en cada comunidad, incluso “en la tripulación de un barco pirata”, apunta Bertrand Russell, “hay acciones obligadas y acciones prohibidas, acciones alabadas y acciones reprobadas”.
Por eso, el buen político es el que asume las consecuencias de sus decisiones, sin echar balones fuera, sin culpar al mundo de sus errores. Aun en el caso de que éstas le obligaran a abandonar sus principios, sabría decir lo que hace más de cinco siglos dijera Lutero: Hier stehe ich und kann nicht anders (“No puedo seguir, aquí me detengo”).
De ahí que, cuando cualquier político actúa en función de principios o convicciones, suela caer en comportamientos intolerantes, tercos, sectarios. De la misma manera, cuando solo se fija en las consecuencias de sus actos, sin atender a los principios, corre el peligro de actuar sin ningún tipo de cuidado, o lo que es lo mismo: sin ética, de una manera inmoral.
En definitiva, como muy bien apunta Victoria Camps en su Breve historia de la ética: “ni los principios valen como criterios únicos ni tampoco las consecuencias, pero unos y otros son imprescindibles para aportar razones morales a las actuaciones humanas”.
Y es que, tal vez, Nietzsche tiene razón al afirmar que “el afán de dominio de los unos sobre los otros es la raíz misma del poder político”.

Enrique López

 (Imagen: Alberto Díaz "Evolution", ¿Subes o bajas?)

6 comentarios:

  1. Tristemente tenemos la clase política del tú más. Parece que la cualidad común de los políticos que tenemos y estoy generalizando es la de tener "Cara dura". Más de uno tendría que leer tu articulo y reflexionar.

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  2. Quizá lo que tenemos es la clase política que nos merecemos porque los políticos, en cierta medida, son el reflejo de la sociedad civil. Creo que fue Ortega el que dijo que el político necesita de una imaginación peculiar porque, sin esa imaginación, está perdido, y es evidente que la falta de ideas, de rumbo, es una constante. Deberían cambiar de vida, abandonar lo que tienen, para empezar a camibarse a sí mismos: ¿estarán dispuestos?. Gracias por el comentario, Alberto

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  3. Solo las personas excepcionales renuncian voluntariamente a sus privilegios... No estarán dispuestos: los políticos no sirven como ejemplo a la sociedad, es la sociedad civil la que tiene que servir como ejemplo a los políticos.

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  4. Hasta que no se entienda que la política es el juego en el que todos ganan o pierden juntos, solo nos quedarán las personas excepcionales. La finalidad sería, hacer de lo excepcional algo más general. Tal vez, la (re) educación, tenga mucho que decir. Un abrazo, Carlos. Gracias por el comentario

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    1. ¿Al haber más excepcionales dejarían, entonces, de ser excepcionales? ¿Se buscarían nuevos excepcionales dentro de esa nueva generalidad? ¿Irían superándose continuamente?
      Otro abrazo para ti.

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    2. Yo creo que todo el mundo puede ser, en cierta manera, excepcional. Pero no por eso se perdería la esencia del concepto, ni del hecho. Me gustan, dice Rafael Argullol, los individuos que se tratan con dureza. Y es que, a veces, hay que llegar hasta el máximo agotamiento para ponerse en camino. Y, evidentemente, en ese viaje la auto-superación es fundamental. Y si es sin público, mejor. Eternamente, siempre.
      Un abrazo Carlos. Gracias por el comentario

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