Las personas somos inevitablemente morales. Cada instante nos hace, nos forma, nos conforma. Imaginamos posibilidades, elegimos, justificamos. Nos forjamos un carácter, subimos, bajamos, una naturaleza, una vida.
Parece
ser que la libertad es el bien más preciado en nuestra sociedad. Quien actúa según
ella debe ser capaz de responder de sus actos y asumir, en su caso, las
posibles consecuencias que conllevan dichas decisiones.
Ser
responsable supone actuar de una forma libre, voluntaria y consciente, o lo que
es lo mismo, con conciencia, que implica un saber conocer lo bueno y lo malo de
las acciones propias y ajenas.
Ese
saber actuar con conocimiento, que nos permite escoger entre diferentes
alternativas, esa conciencia moral, esa voz interior, es la que mueve y orienta
nuestra conducta en la dirección adecuada. Es, la que nos ayuda a juzgar y a
distinguir lo que es correcto de lo que no lo es.
Cosa
distinta es que al actuar sigamos su juicio o, que lo desatendamos. En ese caso,
se nos premiará o se nos castigará, en este último caso, con el remordimiento.
Y es que, tan solo “una buena conciencia no teme a ningún testigo” (Séneca).
Por
eso, apunta Fernando Savater en Ética para Amador que “a diferencia de otros
seres, vivos o animados, los hombres
podemos inventar, elegir, en parte, nuestra forma de vida. Podemos optar por lo
que nos parece bueno, es decir, conveniente, frente a lo que nos parece malo, o
inconveniente. De modo que parece prudente fijarnos bien en lo que hacemos y
procurar adquirir un cierto saber vivir que nos permita acertar. A ese arte de
vivir, es a lo que llaman ética”.
Max
Weber, filósofo y sociológo alemán, hizo una distinción a la hora de actuar
entre dos posibles orientaciones morales, e introdujo la noción de ética de la
responsabilidad para referirse a los políticos, partiendo de la base de que un
político no solo debe actuar según unas convicciones o principios, que Weber
denomina ética de la convicción, sino que también debe tener en cuenta las
consecuencias de sus actos. Por eso, cuando una acción produce consecuencias
negativas, el responsable de dicha acción deberá asumir toda la responsabilidad
sobre esas consecuencias. Y es que, en cada comunidad, incluso “en la
tripulación de un barco pirata”, apunta Bertrand Russell, “hay acciones
obligadas y acciones prohibidas, acciones alabadas y acciones reprobadas”.
Por
eso, el buen político es el que asume las consecuencias de sus decisiones, sin echar
balones fuera, sin culpar al mundo de sus errores. Aun en el caso de que éstas
le obligaran a abandonar sus principios, sabría decir lo que hace más de cinco
siglos dijera Lutero: Hier stehe ich und
kann nicht anders (“No puedo seguir, aquí me detengo”).
De
ahí que, cuando cualquier político actúa en función de principios o
convicciones, suela caer en comportamientos intolerantes, tercos, sectarios. De
la misma manera, cuando solo se fija en las consecuencias de sus actos,
sin atender a los principios, corre el peligro de actuar sin ningún tipo de
cuidado, o lo que es lo mismo: sin ética, de una manera inmoral.
En
definitiva, como muy bien apunta Victoria Camps en su Breve historia de la ética: “ni los principios valen como criterios
únicos ni tampoco las consecuencias, pero unos y otros son imprescindibles para
aportar razones morales a las actuaciones humanas”.
Y
es que, tal vez, Nietzsche tiene razón al afirmar que “el afán de dominio de
los unos sobre los otros es la raíz misma del poder político”.
Enrique López
(Imagen: Alberto Díaz "Evolution", ¿Subes o bajas?)
Tristemente tenemos la clase política del tú más. Parece que la cualidad común de los políticos que tenemos y estoy generalizando es la de tener "Cara dura". Más de uno tendría que leer tu articulo y reflexionar.
ResponderEliminarQuizá lo que tenemos es la clase política que nos merecemos porque los políticos, en cierta medida, son el reflejo de la sociedad civil. Creo que fue Ortega el que dijo que el político necesita de una imaginación peculiar porque, sin esa imaginación, está perdido, y es evidente que la falta de ideas, de rumbo, es una constante. Deberían cambiar de vida, abandonar lo que tienen, para empezar a camibarse a sí mismos: ¿estarán dispuestos?. Gracias por el comentario, Alberto
ResponderEliminarSolo las personas excepcionales renuncian voluntariamente a sus privilegios... No estarán dispuestos: los políticos no sirven como ejemplo a la sociedad, es la sociedad civil la que tiene que servir como ejemplo a los políticos.
ResponderEliminarHasta que no se entienda que la política es el juego en el que todos ganan o pierden juntos, solo nos quedarán las personas excepcionales. La finalidad sería, hacer de lo excepcional algo más general. Tal vez, la (re) educación, tenga mucho que decir. Un abrazo, Carlos. Gracias por el comentario
ResponderEliminar¿Al haber más excepcionales dejarían, entonces, de ser excepcionales? ¿Se buscarían nuevos excepcionales dentro de esa nueva generalidad? ¿Irían superándose continuamente?
EliminarOtro abrazo para ti.
Yo creo que todo el mundo puede ser, en cierta manera, excepcional. Pero no por eso se perdería la esencia del concepto, ni del hecho. Me gustan, dice Rafael Argullol, los individuos que se tratan con dureza. Y es que, a veces, hay que llegar hasta el máximo agotamiento para ponerse en camino. Y, evidentemente, en ese viaje la auto-superación es fundamental. Y si es sin público, mejor. Eternamente, siempre.
EliminarUn abrazo Carlos. Gracias por el comentario