martes, 19 de mayo de 2015

¿PUEDEN LAS MÁQUINAS PENSAR?


Desde la prehistoria, el ser humano se ha servido de herramientas que le han facilitado la vida. Ya por entonces, se utilizaba la piedra y el metal para fabricar armas y utensilios rudimentarios y, a medida que la Historia ha ido avanzando, estas herramientas han mejorado. Sin embargo, el gran cambio tuvo lugar en la segunda mitad del siglo XVIII, con la Revolución Industrial, en la que se introduce la maquinaria que elabora el trabajo humano con una mayor eficacia. Entre las primeras máquinas encontramos la máquina de vapor, utilizada como uno de los principales medios de locomoción de la época, o la máquina de coser, que supuso un gran avance para la industria textil. Estos y muchos otros ejemplos han sido perfeccionados y, a día de hoy, apenas existe trabajo manual que no pueda ser realizado por una máquina. Por lo tanto, sólo queda una cosa que aparentemente nos diferencia de ellas: el pensamiento. El problema es que en las últimas décadas han surgido una serie de teorías y estudios que sugieren lo contrario, lo cual nos lleva a plantearnos la siguiente cuestión: ¿pueden las máquinas pensar?

Pero, ¿qué es pensar? La R.A.E. ofrece la siguiente definición: imaginar, considerar, discurrir, reflexionar, examinar con cuidado algo para formar un dictamen. De esta manera, comenzaré mi análisis con la intención de averiguar si una máquina dotada de inteligencia artificial es capaz de llevar a cabo todas estas acciones que aparecen en el Diccionario de la Real Academia.

El primer problema con el que nos encontramos, está en establecer cuál es la relación mente-cuerpo en los seres humanos. Por un lado, aquellos que defiendan una postura dualista negarán que las máquinas puedan pensar, al atribuirle al hombre una mente cuya naturaleza es ajena al mundo físico. Por otro lado, quiénes adopten una postura fisicalista abrirán las puertas a la investigación científica, contemplando la posibilidad de que las máquinas sean capaces de elaborar pensamientos. Una vez identificadas ambas posturas, descartaré las doctrinas dualistas ya que, desde este enfoque, no habría discusión posible pues, parte de una verdad autoevidente que, además, imposibilita dicha investigación al contradecir el principio físico de causalidad. Por lo tanto, enfocaré la cuestión desde un punto de vista monista, analizando las teorías de diversos filósofos y ensayistas que tratan el tema de la inteligencia artificial.

Julien Offray de La Mettrie afirma en su obra El Hombre máquina que: “el alma no es sino un principio de movimiento o una parte material sensible del cerebro que se puede considerar, sin temor a equivocarse, como el resorte principal de toda la máquina, que tiene influencia evidente sobre todos los otros y que aun parece haber sido hecho primero, de manera que todos los demás no serían sino una emanación de él”. Se trata, por tanto, de una postura claramente fisicalista, en la cual podemos ver que el filósofo de Saint-Melo describe al ser humano como una máquina, hablando de resortes en vez de órganos, con lo que podemos considerar que, desde su punto de vista, las máquinas sí  pueden pensar. Esta postura, sin embargo, no es aceptada por todo el mundo, y entre las críticas más notables encontramos la de la escritora británica Ada Lovelace. Esta matemática británica, aún partiendo de una concepción materialista como la de La Mettrie, afirma que queda una cuestión por resolver: las máquinas. A día de hoy, se ha demostrado la capacidad de estas para ejecutar todo aquello que un ser humano sea capaz de ordenar, sin embargo no tienen pretensión alguna de originar. En otras palabras, las máquinas solo dan información ya conocida, pero no generan conocimiento, lo cual quiere decir que no pueden pensar.

Ante esta afirmación, filósofos como el inglés Alan Mathison Turing responden que este tipo de afirmaciones  no tienen validez alguna, ya que lo único que esto demuestra es que aún queda un largo camino por recorrer en el mundo de la robótica. Remontémonos, por ejemplo al siglo XV: ¿Quién iba a decir por entonces que en un futuro el ser humano viajaría al espacio? Tal vez, nosotros nos encontramos en una situación similar cuando nos preguntamos por las máquinas y el pensamiento y, con el paso del tiempo, las futuras generaciones serán capaces de descifrar todas las conexiones cerebrales desde un punto de vista antropológico, para crear así pensamiento artificial.

De esto mismo habla Isaac Asimov en sus famosas novelas. De viajar al futuro, a un mundo ficticio en el que los robots están al mismo nivel mental que los seres humanos, o incluso a un nivel superior. En uno de sus cuentos, Qué es el hombre, encontramos las siguientes frases: “Fue aceptando tentativamente algunas afirmaciones, las ensambló y sacó una conclusión; una y otra vez, y a partir de las conclusiones fue elaborando otras afirmaciones que aceptó y comprobó y luego rechazó al encontrar una contradicción; o no, y siguió aceptándolas tentativamente”. En este fragmento se puede apreciar una estrecha relación entre la robótica actual y el robot ficticio, ya que en ambos casos se contrasta la información percibida mientras se van estableciendo una serie de relaciones. A partir de estas relaciones, la máquina continúa verificando o descartando información, hasta llegar a una conclusión final. Lo único en lo que difiere el texto con la realidad es en la parte intuitiva. Y, es que en la actualidad las máquinas no son capaces de aceptar afirmaciones tentativamente, ahora bien, ¿quién dice que no puedan hacerlo en un futuro? Si esto fuese posible, podríamos decir que las máquinas tendrían una capacidad de pensamiento prácticamente similar a la nuestra.

Sin embargo, cabe destacar la frase con la que Asimov continúa su relato, ya que da un giro de 180 grados a la cuestión: “Ninguna de las conclusiones a las que llegó le causaron admiración, sorpresa o satisfacción; meramente un signo más o un signo menos”. ¿Significa esto, entonces, que no existe pensamiento? Yo creo que no, ya que considero los sentimientos algo ajeno al proceso cognitivo. Lo mismo ocurre con el concepto de intencionalidad que desarrolló el filósofo del lenguaje John Searle en su experimento mental “La habitación china” para demostrar que los humanos no llevan a cabo meros procesos computacionales a la hora de conocer. En otras palabras, explica que en la inteligencia artificial no existe ninguna intencionalidad, ya que una máquina no entiende lo que está haciendo, sino que lo hace sin más. Una vez más, esta situación nos vuelve a llevar al punto de partida: ¿pueden las máquinas pensar? Y una vez más, mi respuesta vuelve a ser negativa. Aún así, el que detrás del pensamiento de una máquina no haya intencionalidad, no justifica que el pensamiento quede anulado, ya que lo que realmente convierte a una máquina en un ser pensante es el hecho de que sea capaz de captar información del exterior, establecer relaciones con esa información y, de esta manera, llegar a una conclusión válida.

Por lo tanto, aunque parezca impensable y remoto, puede que en un futuro las máquinas sean capaces de desarrollar pensamientos de la misma manera que lo hacemos las personas. Es más, creo que lo harán de una manera más eficaz y precisa, ya que al carecer de sentimientos, su razón no se verá contaminada por ellos y tomarán decisiones de la manera más objetiva y justa posible. Sin embargo, esta situación me parece algo sumamente peligroso ya que no podemos olvidar como a lo largo de la historia, la ciencia, la técnica y la tecnología, se han puesto al servicio de la barbarie y, como a día de hoy, esa relación es más que evidente en la mayoría de conflictos bélicos. Como decía Miguel Delibes, “la máquina ha venido a calentar el estómago del hombre, pero ha enfriado su corazón”. No niego que la ciencia proporcione una enorme cantidad de conocimiento al ser humano, ni tampoco digo que este tenga que ser ignorado. Simplemente creo que “el conocimiento es poder”, citando a Francis Bacon, y que es necesaria una buena educación que nos permita conocer la virtud para así evitar un mal uso de algo tan poderoso como la inteligencia artificial.

Silvia Martín, alumna de 1º de Bachillerato Internacional


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