Desde la prehistoria, el ser humano se ha servido de herramientas que le han facilitado la vida. Ya por entonces, se utilizaba la piedra y el metal para fabricar armas y utensilios rudimentarios y, a medida que la Historia ha ido avanzando, estas herramientas han mejorado. Sin embargo, el gran cambio tuvo lugar en la segunda mitad del siglo XVIII, con la Revolución Industrial, en la que se introduce la maquinaria que elabora el trabajo humano con una mayor eficacia. Entre las primeras máquinas encontramos la máquina de vapor, utilizada como uno de los principales medios de locomoción de la época, o la máquina de coser, que supuso un gran avance para la industria textil. Estos y muchos otros ejemplos han sido perfeccionados y, a día de hoy, apenas existe trabajo manual que no pueda ser realizado por una máquina. Por lo tanto, sólo queda una cosa que aparentemente nos diferencia de ellas: el pensamiento. El problema es que en las últimas décadas han surgido una serie de teorías y estudios que sugieren lo contrario, lo cual nos lleva a plantearnos la siguiente cuestión: ¿pueden las máquinas pensar?
Pero, ¿qué es pensar? La R.A.E. ofrece la
siguiente definición: imaginar, considerar, discurrir, reflexionar, examinar
con cuidado algo para formar un dictamen. De esta manera, comenzaré mi análisis con la intención de averiguar si una máquina
dotada de inteligencia artificial es capaz de llevar a cabo todas estas
acciones que aparecen en el Diccionario de la Real Academia.
El primer problema con el que nos encontramos, está en establecer cuál es la relación mente-cuerpo en los seres humanos. Por un lado, aquellos que defiendan una postura dualista negarán que las máquinas puedan pensar, al
atribuirle al hombre una mente cuya naturaleza es ajena al mundo físico. Por otro lado, quiénes adopten una postura fisicalista abrirán las puertas a la investigación
científica, contemplando la posibilidad de que las máquinas sean capaces de
elaborar pensamientos. Una vez identificadas ambas posturas, descartaré las doctrinas dualistas ya que, desde este enfoque, no habría discusión posible pues, parte de una verdad autoevidente que, además, imposibilita dicha investigación al contradecir el principio físico de causalidad. Por lo tanto, enfocaré la cuestión desde un punto de vista monista, analizando las teorías
de diversos filósofos y ensayistas que tratan el tema de la inteligencia
artificial.
Julien Offray de La Mettrie afirma en su
obra El Hombre máquina que: “el alma no es sino un principio de movimiento o
una parte material sensible del cerebro que se puede considerar, sin temor a
equivocarse, como el resorte principal de toda la máquina, que tiene influencia
evidente sobre todos los otros y que aun parece haber sido hecho primero, de
manera que todos los demás no serían sino una emanación de él”. Se trata, por tanto, de una
postura claramente fisicalista, en la cual podemos ver que el filósofo de Saint-Melo describe al
ser humano como una máquina, hablando de resortes en vez de órganos, con lo que podemos considerar que, desde su punto de vista, las máquinas sí pueden pensar. Esta
postura, sin embargo, no es aceptada por todo el mundo, y entre las críticas
más notables encontramos la de la escritora británica Ada Lovelace.
Esta matemática británica, aún partiendo de una concepción materialista como la de La Mettrie, afirma que queda una cuestión por
resolver: las máquinas. A día de hoy, se ha demostrado la capacidad de estas para ejecutar
todo aquello que un ser humano sea capaz de ordenar, sin embargo no tienen pretensión
alguna de originar. En otras palabras, las máquinas solo dan información ya conocida,
pero no generan conocimiento, lo cual quiere decir que no pueden pensar.
Ante esta afirmación, filósofos como el inglés Alan Mathison
Turing responden que este tipo de afirmaciones no tienen validez alguna, ya que lo único
que esto demuestra es que aún queda un largo camino por recorrer en el mundo de la
robótica. Remontémonos, por ejemplo al siglo XV: ¿Quién iba a decir por
entonces que en un futuro el ser humano viajaría al espacio? Tal vez, nosotros nos encontramos en una situación similar cuando nos preguntamos por las máquinas y el pensamiento y, con el paso del tiempo,
las futuras generaciones serán capaces de descifrar todas las conexiones cerebrales
desde un punto de vista antropológico, para crear así pensamiento artificial.
De esto mismo habla Isaac Asimov en sus famosas novelas. De viajar al futuro, a un mundo ficticio en
el que los robots están al mismo nivel mental que los seres humanos, o incluso a un nivel
superior. En uno de sus cuentos, Qué es el hombre,
encontramos las siguientes frases: “Fue aceptando tentativamente algunas
afirmaciones, las ensambló y sacó una conclusión; una y otra vez, y a partir de
las conclusiones fue elaborando otras afirmaciones que aceptó y comprobó y
luego rechazó al encontrar una contradicción; o no, y siguió aceptándolas
tentativamente”. En este fragmento se puede apreciar una estrecha relación
entre la robótica actual y el robot ficticio, ya que en ambos casos se
contrasta la información percibida mientras se van estableciendo una serie de relaciones.
A partir de estas relaciones, la máquina continúa verificando o descartando
información, hasta llegar a una conclusión
final. Lo único en lo que difiere el texto con la realidad es en la parte intuitiva. Y, es que en la actualidad las máquinas no son capaces de aceptar afirmaciones
tentativamente, ahora bien, ¿quién dice que no puedan hacerlo en un futuro? Si esto fuese
posible, podríamos decir que las máquinas tendrían una capacidad de pensamiento
prácticamente similar a la nuestra.
Sin embargo, cabe destacar la frase con la que Asimov
continúa su relato, ya que da un giro de 180 grados a la cuestión: “Ninguna de
las conclusiones a las que llegó le causaron admiración, sorpresa o
satisfacción; meramente un signo más o un signo menos”. ¿Significa esto, entonces, que no existe pensamiento? Yo creo que no, ya que considero los sentimientos algo ajeno
al proceso cognitivo. Lo mismo ocurre con el concepto de
intencionalidad que desarrolló el filósofo del lenguaje John Searle en su
experimento mental “La habitación china” para demostrar que
los humanos no llevan a cabo meros procesos computacionales a la hora de conocer. En
otras palabras, explica que en la inteligencia artificial no existe ninguna
intencionalidad, ya que una máquina no entiende lo que está haciendo, sino que
lo hace sin más. Una vez más, esta situación nos vuelve a llevar al punto de partida: ¿pueden las máquinas pensar? Y una vez más, mi respuesta vuelve a ser negativa. Aún así, el que
detrás del pensamiento de una máquina no haya intencionalidad, no justifica
que el pensamiento quede anulado, ya que lo que realmente convierte a una
máquina en un ser pensante es el hecho de que sea capaz de captar información
del exterior, establecer relaciones con esa información y, de esta manera, llegar a una
conclusión válida.
Por lo tanto, aunque parezca impensable y remoto, puede que en un
futuro las máquinas sean capaces de desarrollar pensamientos de la misma manera
que lo hacemos las personas. Es más, creo que lo harán de una manera más eficaz
y precisa, ya que al carecer de sentimientos, su razón no se verá contaminada
por ellos y tomarán decisiones de la manera más objetiva y justa posible. Sin
embargo, esta situación me parece algo sumamente peligroso ya que no podemos olvidar como a lo largo
de la historia, la ciencia, la técnica y la tecnología, se han puesto al servicio de la
barbarie y,
como a día de hoy, esa relación es más que evidente en la mayoría de conflictos bélicos. Como decía Miguel Delibes, “la
máquina ha venido a calentar el estómago del hombre, pero ha enfriado su
corazón”. No niego que la ciencia proporcione una enorme cantidad de
conocimiento al ser humano, ni tampoco digo que este tenga que ser ignorado. Simplemente
creo que “el conocimiento es poder”, citando a Francis Bacon, y que es
necesaria una buena educación que nos permita conocer la virtud para así evitar
un mal uso de algo tan poderoso como la inteligencia
artificial.
Silvia Martín, alumna de 1º de Bachillerato Internacional
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