En nuestra democracia,
cada cierto tiempo los miembros del «rebaño» tienen la posibilidad de
participar en la aprobación de uno u otro líder, mediante un proceso conocido
como «elecciones». Una vez han aprobado a este o a aquel miembro de la clase
especializada, deben retirarse y convertirse de nuevo en espectadores. Cuando
el «rebaño desconcertado» intenta ampliar su papel como mero espectador, cuando
la gente intenta participar en la acción democrática, la clase especializada
reacciona en contra de lo que se pasa a denominar una crisis de la democracia.
En el caso de la
enseñanza, se trata de los estudiantes; no hay que verlos como un simple
auditorio, sino como elemento integrante de una comunidad con preocupaciones
compartidas, en la que uno espera poder participar constructivamente. Es decir,
no debemos hablar a, sino hablar con. Eso es ya instintivo en los buenos
maestros, y debería serlo en cualquier escritor o intelectual. Los estudiantes
no aprenden por una mera trasferencia de conocimientos, que se engulla con el
aprendizaje memorístico y después se vomite. El aprendizaje verdadero, en
efecto, tiene que ver con descubrir la verdad, no con la imposición de una
verdad oficial; esta última opción no conduce al desarrollo de un pensamiento
crítico e independiente. La obligación de cualquier maestro es ayudar a sus
estudiantes a descubrir la verdad por sí mismos, sin eliminar, por tanto, la
información y las ideas que puedan resultar embarazosas para los más ricos y
poderosos: los que crean, diseñan e imponen la política escolar.
Noam Chomsky, La (des)educación
Imagen: El Roto (viñeta)
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