domingo, 29 de noviembre de 2015

KANT EN CAMPAÑA

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Johann Gottfried von Herder, que lo tuvo como profesor, dio escribir sobre él esta frase memorable: "Ninguna cábala, ninguna secta, ninguna ventaja, ninguna aspiración a la fama tenía para él un estímulo en comparación con la ampliación y la iluminación de la verdad". Arthur Schopenhauer, que sometió a crítica su metafísica, no dejó por ello de admirar su conocimiento claro y sereno, la reflexión y la habilidad con que desmontó "pieza por pieza toda la maquinaria de nuestra capacidad cognoscitiva", sacando a la filosofía occidental de la tosquedad y el sueño dogmático en que había vivido sumida antes de él.

Vivió en la ciudad de Königsberg, entonces Prusia y ahora Rusia (donde la conocen como Kaliningrado). Se llamaba Immanuel Kant y a él se debe la mayor revolución filosófica de la modernidad, la proeza descomunal de someter a crítica a la razón humana en todas sus facetas, desde la ética hasta la metafísica, revelando los límites de nuestro conocimiento y nuestros juicios. Es posible que le sorprendiera saber que dos siglos después de su muerte se convertiría en protagonista de una precampaña electoral en ese soleado y exótico país del sur de Europa llamado España, en su época tan ferozmente atrasado que vivía sometido a la inercia de una dinastía decadente y a duras penas había sido capaz de acoger algunas de las ideas de la Ilustración.

Kant era consciente de las dificultades que su filosofía planteaba: solía decir que había llegado con un siglo de adelanto. Schopenhauer afirmaba que su estilo poseía "la impronta de un espíritu superior, de una genuina y firme originalidad, de una capacidad de pensar totalmente extraordinaria", lo que para él se traducía en una "resplandeciente aridez". Con esta fórmula oponía la complejidad del pensador de Königsberg a la de su odiado Hegel, contra cuya prosa lanzó en su obra culminante, El mundo como voluntad y representación, esta andanada mortal: "La mayor desfachatez a la hora de servir auténticos absurdos, ensartando palabras vanas y delirantes, como hasta entonces sólo se habían escuchado en los manicomios, culminó finalmente en Hegel y fue el instrumento de la más burda mistificación que jamás existió, con un éxito que le parecerá increíble a la posteridad y perdurará como un monumento a la necedad alemana". La aridez expositiva de Kant, por el contrario, provenía para Schopenhauer de la sabiduría y la lucidez superior.

Sobre estas premisas, quizá deba juzgarse con indulgencia que dos jóvenes políticos de la España del siglo XXI (Pablo Iglesias y Albert Rivera), que no se distingue precisamente por invitar a menudo a sus habitantes a la degustación de arideces filosóficas, queden en evidencia al traer a colación el pensamiento kantiano: el uno citando un más que improbable título de Kant, resultante de embarullar la ética con la metafísica; y el otro, reconociéndolo como influencia crucial en su visión del mundo pero declarándose incapaz de citar un libro debido a su pluma que haya leído. A Kant apenas se le entendió en su época, se le malinterpretó a menudo después, y las más ilustres cabezas pensantes, enfrentadas a sus páginas, hubieron de admitir que ofrecían una lectura inhóspita.

"Todo hombre acaba siendo el sofista de su ilusión juvenil", escribe Kant en uno de sus libros más breves y menos herméticos, Los sueños de un visionario. A estos nuevos líderes, hijos de su tiempo y su lugar, donde impera el desprecio hacia las humanidades en todas sus formas y las finanzas y la tecnología se aúpan a la cima de todos los saberes, se les acusa de haber elevado sus someras nociones kantianas, adquiridas de segunda mano en tiempos de bachillerato o universidad, y apenas luego profundizadas, a la fingida categoría de bagaje personal.

Otra posibilidad sería anotar a los dos candidatos el mérito de traer a Kant a la campaña, por imprecisos y torpes que sean sus recuerdos de él. Mientras tanto, otros hablan de fútbol.

Artículo publicado por Lorenzo Silva en el diario El Mundo


Imagen: "Yes we Kant" (fotomontaje)

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