¡Cómo está Grecia de revuelta!: Esta frase, que bien podría referirse a los
disturbios de la reciente huelga general contra la reforma de las pensiones de
Tsipras tiene, sin embargo, mucho más largo aliento, porque valdría
perfectamente para el tiempo de Aristóteles, que estudió el ascenso y
la caída de cientos de regímenes en las Polis griegas. Son pocos los
datos comprobados que tenemos de la biografía del gran filósofo, pero su obra
es tan influyente que su sombra se proyecta hasta nuestros días. Y de toda su
obra, sin duda la más vigente es la «Política». No podía
ser de otra manera, porque su idea -todavía revolucionaria- vincula la
constitución de las ciudades con la virtud, con la ética, y su progreso con la
educación en los valores de la Polis, sin cuyo respeto el desgobierno está
garantizado. ¡Que nos lo cuenten a nosotros, a los españoles!
Tomás Calvo, verdadera autoridad
en el pensador macedonio, afirma que «no es solo el filósofo que más influencia
ha tenido en nuestra cultura, sino el que está más de actualidad. Es influyente
porque cualquier teoría de verdad, desde entonces, se acaba remitiendo
a su obra». Aristóteles «inventa la Biología, la Lógica y sistematiza el
método filosófico con una sensibilidad para la realidad verdaderamente
empírica».
Poco se sabe de sus años mozos,
pero en Atenas estudió durante 20 años, cultivando una mirada sobre las
cosas propias de un extranjero. «Era un inmigrante cualificado». A la
muerte del maestro no hereda él la dirección de la escuela y se va a Asia a
fundar su propio camino en la corte de Hermias. Allí consiguió lo que Platón no
había logrado en su república ideal de Siracusa: que el tirano moderase
su política y fuese justo gracias a sus consejos.
Sin embargo, por ironía del
destino, este hombre que había sido discípulo de Platón y estudiaría más de 140
constituciones de Ciudades Estado griegas, acabó siendo el preceptor no
de un monarca en una Polis perfecta, sino de un gigante como Alejandro Magno, el
primer emperador que ambicionó el mundo completo. Se dice que le enseñó
utilizando las obras de Homero y que esa épica influyó en los sueños del joven,
pero «la verdad es que no tenemos ni idea de lo que le enseñó ni de
lo que aprendió Alejandro, solo sabemos que fue justo lo contrario: el que se
carga la idea de Polis, convierte Atenas en una capital de provincias. Entienda
que Atenas, Corinto y Esparta, los polos de poder de Grecia, cabrían en la
provincia de Granada, nada que ver con un imperio como el del macedonio»,
remacha Calvo. Pero Aristóteles también educó a Ptolomeo, más brillante
y poderoso en la paz que en la guerra. Y también al sucesor de
Alejandro en Macedonia, Casandro, cuya victoria dio nombre a Tesalónica (la
victoria de Tesalia o Tesalia-Nike, la ciudad más próxima a Estagira).
Cuando Alejandro rompe el nudo en
Gordium y parte a sus conquistas, Aristóteles regresa a Atenas, funda su
Liceo y escribe la mayor parte de sus obras, casi todas perdidas. «Lo
que sabemos de él es por la compilación de sus materiales de trabajo, un corpus
asombroso que hace la pérdida de sus obras irrelevante», comenta el filósofo
Gabriel Albiac. Durante esos años no solo escribe sino que funda una especie de
centro de investigación con proyectos cuyos avances compartía con los alumnos
más aventajados. A la muerte del joven emperador en 323 a.C., Aristóteles debe
dejar Atenas por la animadversión generada contra los macedonios y muere, en
322 a.c. menos de un año después.
Para Albiac, «Aristóteles no
es equívoco en que el objetivo de la Polis es potenciar la libertad de
los ciudadanos, y dice que el gobierno de los libres es más conforme a la
virtud que el despótico». Aún así, analiza con objetividad constituciones de
Polis con el fin de escribir su tratado sobre el poder. Esa labor empírica le
permite superar a Platón, que había fracasado con su república utópica.
Tomás Calvo recomienda a nuestros
políticos la lectura del libro V, apartado 8, de la «Política» aristotélica:
los medios para asegurar la estabilidad de los regímenes. Vigilar que
nadie quebrante la ley, desconfiar de los ardides que engañan al pueblo,
prevenir enfrentamientos entre la clase dirigente (porque se extienden),
proporcionar la imposición fiscal y leyes que impidan que nadie se
enriquezca en el ejercicio de un cargo público. «Y todavía estamos nosotros
hablando de leyes anticorrupción, 2.400 años después», ironiza el
catedrático de la complutense. Para Calvo, hay rasgos fundamentales, como «que
la educación es lo más importante y que el sistema solo funciona si se
educa en los valores de la Polis, sean los que sean, no por cinismo, sino
por mejorar a sus ciudadanos». Otra que deberíamos apuntarnos en España.
El filósofo se decanta por una
opción próxima a la democracia pero con cargos «que no se puedan elegir salvo
por las aptitudes para el desempeño de algunas funciones, como ocurre hoy con
los jueces». Otro catedrático, José Luis Rodríguez, afirma que se despega de lo tiránico, admite lo que llama república, una
democracia con correcciones, y la prefiere mucho antes que la oligarquía o la
tiranía. Rodríguez incide en la actualidad del libro V de la
«Política».
Ante las agitaciones políticas de
nuestra actualidad, recuerda el diagnóstico de Aristóteles sobre las
sublevaciones: «Los que aspiran a la igualdad se sublevan si creen que
siendo iguales tienen menos que otros, y los que aspiran a la desigualdad
aspiran a tener más si creen que tienen igual o menos que otros. Y
entre los siete motivos de las rebeliones destaca el lucro, el honor, el
desprecio, la soberbia o el crecimiento desproporcionado». Preguntado por la
potencialidad del conflicto en la política española actual Rodríguez ironiza,
con concepto filosófico, que «todo lo que vemos es puro acto, porque
potencia queda poca, incluso en los de Podemos».
El filósofo Javier Gomá destaca
la recuperación de la ética de las virtudes en Aristóteles, que ha tratado en
su obra «Ejemplaridad pública». Explica que el estagirita es de un idealismo
pragmático, en contraste con el utópico de Platón, y que resulta muy moderna la
valoración del placer o la felicidad como guía de las personas hacia lo bueno y
lo bello. Además, destaca que «es el padre de la ética comunitarista,
que podría emparentarse con un liberalismo que no diera tanta primacía
al individuo: “El todo de la Polis prevalece sobre el ciudadano”, es una forma
de entender el liberalismo cercana a Arendt», afirma Gomá, que recuerda que
para Aristóteles «es la prudencia la virtud de las virtudes, algo que
debería aplicarse al político de hoy como ideal moral. La ética rige
las cualidades del individuo y la política así entendida puede regir las
cualidades de la Polis».
En ese sentido, según Gomá,
Aristóteles «concede gran importancia a la educación y a la filía, la
amistad que rige las relaciones no políticas de los ciudadanos, lo que hoy
sería la sociedad civil. Ello se traduce en un cultivo de las relaciones y de
los valores comunes muy actual, porque según yo mismo he escrito, la ley es
necesaria pero no es suficiente». Como conclusión, Gomá cree que Aristóteles
funda una ética de la felicidad con admirables objetivos, porque
incluso cuando la felicidad es imposible (y pone el ejemplo de Príamo, el rey
de Troya que ve morir a su hijo y su ciudad destruida) esa ética no puede
privar al individuo de la dignidad.
Luis Alberto de Cuenca, por su
parte, se refiere al impacto cultural de la «Poética» de
Aristóteles, que funda otra ciencia: la investigación literaria. El mismo
sentido común que aplica a la política lo pone sobre toda la realidad, según De
Cuenca, «Aristóteles tiene un gran ojo clínico para la realidad y no
olvidamos esta influencia cultural tan enorme que ha configurado nuestras
sociedades. Define los géneros por primera vez, configura la manera en
que entendemos la literatura y la criticamos desde entonces». Como prueba
reciente en la cultura popular, recuerda que Aristóteles es, a través de su
influencia en la cultura cristiana, un personaje más de obras como «El nombre
de la Rosa», de Umberto Eco.
Artículo publicado por Jesús García Calero
Imagen: viñeta (s/r)
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