domingo, 14 de febrero de 2016

ARISTÓTELES LLAMA A LAS PUERTAS DE LA NUEVA POLÍTICA



¡Cómo está Grecia de revuelta!: Esta frase, que bien podría referirse a los disturbios de la reciente huelga general contra la reforma de las pensiones de Tsipras tiene, sin embargo, mucho más largo aliento, porque valdría perfectamente para el tiempo de Aristóteles, que estudió el ascenso y la caída de cientos de regímenes en las Polis griegas. Son pocos los datos comprobados que tenemos de la biografía del gran filósofo, pero su obra es tan influyente que su sombra se proyecta hasta nuestros días. Y de toda su obra, sin duda la más vigente es la «Política». No podía ser de otra manera, porque su idea -todavía revolucionaria- vincula la constitución de las ciudades con la virtud, con la ética, y su progreso con la educación en los valores de la Polis, sin cuyo respeto el desgobierno está garantizado. ¡Que nos lo cuenten a nosotros, a los españoles!

Tomás Calvo, verdadera autoridad en el pensador macedonio, afirma que «no es solo el filósofo que más influencia ha tenido en nuestra cultura, sino el que está más de actualidad. Es influyente porque cualquier teoría de verdad, desde entonces, se acaba remitiendo a su obra». Aristóteles «inventa la Biología, la Lógica y sistematiza el método filosófico con una sensibilidad para la realidad verdaderamente empírica».

Poco se sabe de sus años mozos, pero en Atenas estudió durante 20 años, cultivando una mirada sobre las cosas propias de un extranjero. «Era un inmigrante cualificado». A la muerte del maestro no hereda él la dirección de la escuela y se va a Asia a fundar su propio camino en la corte de Hermias. Allí consiguió lo que Platón no había logrado en su república ideal de Siracusa: que el tirano moderase su política y fuese justo gracias a sus consejos.

Sin embargo, por ironía del destino, este hombre que había sido discípulo de Platón y estudiaría más de 140 constituciones de Ciudades Estado griegas, acabó siendo el preceptor no de un monarca en una Polis perfecta, sino de un gigante como Alejandro Magno, el primer emperador que ambicionó el mundo completo. Se dice que le enseñó utilizando las obras de Homero y que esa épica influyó en los sueños del joven, pero «la verdad es que no tenemos ni idea de lo que le enseñó ni de lo que aprendió Alejandro, solo sabemos que fue justo lo contrario: el que se carga la idea de Polis, convierte Atenas en una capital de provincias. Entienda que Atenas, Corinto y Esparta, los polos de poder de Grecia, cabrían en la provincia de Granada, nada que ver con un imperio como el del macedonio», remacha Calvo. Pero Aristóteles también educó a Ptolomeo, más brillante y poderoso en la paz que en la guerra. Y también al sucesor de Alejandro en Macedonia, Casandro, cuya victoria dio nombre a Tesalónica (la victoria de Tesalia o Tesalia-Nike, la ciudad más próxima a Estagira).

Cuando Alejandro rompe el nudo en Gordium y parte a sus conquistas, Aristóteles regresa a Atenas, funda su Liceo y escribe la mayor parte de sus obras, casi todas perdidas. «Lo que sabemos de él es por la compilación de sus materiales de trabajo, un corpus asombroso que hace la pérdida de sus obras irrelevante», comenta el filósofo Gabriel Albiac. Durante esos años no solo escribe sino que funda una especie de centro de investigación con proyectos cuyos avances compartía con los alumnos más aventajados. A la muerte del joven emperador en 323 a.C., Aristóteles debe dejar Atenas por la animadversión generada contra los macedonios y muere, en 322 a.c. menos de un año después.
Para Albiac, «Aristóteles no es equívoco en que el objetivo de la Polis es potenciar la libertad de los ciudadanos, y dice que el gobierno de los libres es más conforme a la virtud que el despótico». Aún así, analiza con objetividad constituciones de Polis con el fin de escribir su tratado sobre el poder. Esa labor empírica le permite superar a Platón, que había fracasado con su república utópica.

Tomás Calvo recomienda a nuestros políticos la lectura del libro V, apartado 8, de la «Política» aristotélica: los medios para asegurar la estabilidad de los regímenes. Vigilar que nadie quebrante la ley, desconfiar de los ardides que engañan al pueblo, prevenir enfrentamientos entre la clase dirigente (porque se extienden), proporcionar la imposición fiscal y leyes que impidan que nadie se enriquezca en el ejercicio de un cargo público. «Y todavía estamos nosotros hablando de leyes anticorrupción, 2.400 años después», ironiza el catedrático de la complutense. Para Calvo, hay rasgos fundamentales, como «que la educación es lo más importante y que el sistema solo funciona si se educa en los valores de la Polis, sean los que sean, no por cinismo, sino por mejorar a sus ciudadanos». Otra que deberíamos apuntarnos en España.

El filósofo se decanta por una opción próxima a la democracia pero con cargos «que no se puedan elegir salvo por las aptitudes para el desempeño de algunas funciones, como ocurre hoy con los jueces». Otro catedrático, José Luis Rodríguez, afirma que se despega de lo tiránico, admite lo que llama república, una democracia con correcciones, y la prefiere mucho antes que la oligarquía o la tiranía. Rodríguez incide en la actualidad del libro V de la «Política».

Ante las agitaciones políticas de nuestra actualidad, recuerda el diagnóstico de Aristóteles sobre las sublevaciones: «Los que aspiran a la igualdad se sublevan si creen que siendo iguales tienen menos que otros, y los que aspiran a la desigualdad aspiran a tener más si creen que tienen igual o menos que otros. Y entre los siete motivos de las rebeliones destaca el lucro, el honor, el desprecio, la soberbia o el crecimiento desproporcionado». Preguntado por la potencialidad del conflicto en la política española actual Rodríguez ironiza, con concepto filosófico, que «todo lo que vemos es puro acto, porque potencia queda poca, incluso en los de Podemos».

El filósofo Javier Gomá destaca la recuperación de la ética de las virtudes en Aristóteles, que ha tratado en su obra «Ejemplaridad pública». Explica que el estagirita es de un idealismo pragmático, en contraste con el utópico de Platón, y que resulta muy moderna la valoración del placer o la felicidad como guía de las personas hacia lo bueno y lo bello. Además, destaca que «es el padre de la ética comunitarista, que podría emparentarse con un liberalismo que no diera tanta primacía al individuo: “El todo de la Polis prevalece sobre el ciudadano”, es una forma de entender el liberalismo cercana a Arendt», afirma Gomá, que recuerda que para Aristóteles «es la prudencia la virtud de las virtudes, algo que debería aplicarse al político de hoy como ideal moral. La ética rige las cualidades del individuo y la política así entendida puede regir las cualidades de la Polis».

En ese sentido, según Gomá, Aristóteles «concede gran importancia a la educación y a la filía, la amistad que rige las relaciones no políticas de los ciudadanos, lo que hoy sería la sociedad civil. Ello se traduce en un cultivo de las relaciones y de los valores comunes muy actual, porque según yo mismo he escrito, la ley es necesaria pero no es suficiente». Como conclusión, Gomá cree que Aristóteles funda una ética de la felicidad con admirables objetivos, porque incluso cuando la felicidad es imposible (y pone el ejemplo de Príamo, el rey de Troya que ve morir a su hijo y su ciudad destruida) esa ética no puede privar al individuo de la dignidad.

Luis Alberto de Cuenca, por su parte, se refiere al impacto cultural de la «Poética» de Aristóteles, que funda otra ciencia: la investigación literaria. El mismo sentido común que aplica a la política lo pone sobre toda la realidad, según De Cuenca, «Aristóteles tiene un gran ojo clínico para la realidad y no olvidamos esta influencia cultural tan enorme que ha configurado nuestras sociedades. Define los géneros por primera vez, configura la manera en que entendemos la literatura y la criticamos desde entonces». Como prueba reciente en la cultura popular, recuerda que Aristóteles es, a través de su influencia en la cultura cristiana, un personaje más de obras como «El nombre de la Rosa», de Umberto Eco.

 Artículo publicado por Jesús García Calero
Imagen: viñeta (s/r)


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