Con cierto vértigo, el mundo material, hecho de átomos y moléculas, de
cosas que podemos tocar y oler, se está disolviendo en un mundo de información,
de no-cosas, según observa el filósofo alemán de origen coreano Byung-Chul Han.
Unas no-cosas que, aun así, seguimos deseando, comprando y vendiendo, que nos
siguen influenciando. El mundo digital cada vez se hibrida de manera más
notoria con el que aún consideramos mundo real, hasta el punto de confundirse
entre sí, haciendo la existencia cada vez más intangible y fugaz. El último libro
del pensador, No-cosas. Quiebras en el mundo de hoy (Taurus), se une a una retahíla de pequeños
ensayos en los que este pensador superventas (le han llamado rockstar de la filosofía) ha ido diseccionando
minuciosamente las ansiedades que nos produce el capitalismo neoliberal.
Uniendo citas frecuentes a los grandes filósofos y elementos de la
cultura popular, los textos de Han transitan desde la que ha
llamado la “sociedad del cansancio”, en la que vivimos agotados y deprimidos por
las inapelables exigencias de la existencia, hasta al análisis de las nuevas
formas de entretenimiento que se nos ofrecen. Desde la psicopolítica, que
consigue que los ciudadanos aceptemos rendirnos mansamente a la seducción del
sistema, hasta la desaparición del erotismo que Han achaca al narcisismo y
exhibicionismo actuales, que campan a sus anchas, por ejemplo, en las redes
sociales: la obsesión por uno mismo hace que los demás desaparezcan y el mundo
sea un reflejo de nuestra persona. El pensador reivindica la recuperación del
contacto íntimo con la cotidianidad —de hecho, es conocido que le gusta
cultivar lentamente un jardín, hacer cosas con las manos, el silencio—. Se
rebela contra “la desaparición de los rituales” que hace que desaparezca la
comunidad y que nos convirtamos en individuos perdidos en sociedades enfermas y
crueles.
PREGUNTA. ¿Cómo es
posible que en un mundo obsesionado por la hiperproducción y el hiperconsumo,
al mismo tiempo los objetos se vayan disolviendo y vayamos hacia un mundo de
no-cosas?
RESPUESTA. Hay, sin duda,
una hiperinflación de objetos que conduce a su proliferación explosiva. Pero se
trata de objetos desechables con los que no establecemos lazos afectivos. Hoy
estamos obsesionados no con las cosas, sino con informaciones y datos, es
decir, no-cosas. Hoy todos somos infómanos. Se ha llegado ya a
hablar de datasexuales [personas que recopilan y comparten
obsesivamente información sobre su vida personal].
P. En ese mundo que
describe, de hiperconsumo y pérdida de lazos, ¿por qué es importante tener
“cosas queridas” y establecer rituales?
R. Las cosas son los
apoyos que dan tranquilidad en la vida. Hoy en día están en conjunto
oscurecidas por las informaciones. El smartphone no es una
cosa. Yo lo caracterizo como el infómata que produce y procesa
informaciones. Las informaciones son todo lo contrario a los apoyos que dan
tranquilidad a la vida. Viven del estímulo de la sorpresa. Nos sumergen en un
torbellino de actualidad. También los rituales, como arquitecturas temporales,
dan estabilidad a la vida. La pandemia ha destruido estas estructuras
temporales. Piense en el teletrabajo. Cuando el tiempo pierde su estructura nos
empieza a afectar la depresión.
P. En su libro se
establece que, mediante la digitalización, nos convertiremos en homo
ludens, enfocados al juego más que al trabajo. Pero, con la
precarización y la destrucción de empleo, ¿podremos todos acceder a esa
condición?
R. He hablado de un
desempleo digital que no está determinado por la coyuntura. La digitalización
conducirá a un desempleo masivo. Este desempleo representará un problema muy
serio en el futuro. ¿Consistirá el futuro humano en la renta básica y los
juegos de ordenador? Un panorama desalentador. Con panem et circenses (pan
y circo) se refiere Juvenal a la sociedad romana en la que no es posible la
acción política. Se mantiene contentas a las personas con alimentos gratuitos y
juegos espectaculares. La dominación total es aquella en la que la gente solo
se dedica a jugar. La reciente e hiperbólica serie coreana de Netflix, El
juego del calamar, en la que todo el mundo solo se dedica al juego, apunta
en esta dirección.
P. ¿En qué sentido?
R. Esa gente está
sobreendeudada y se entrega a ese juego mortal que promete enormes ganancias. El
juego del calamar representa un aspecto central del capitalismo en una
forma extrema. Ya dijo Walter Benjamin que el capitalismo representa el primer
caso de un culto que no es expiatorio, sino que nos endeuda. En los principios
de la digitalización se soñaba con que esta sustituiría el trabajo por el
juego. En realidad, el capitalismo digital explota despiadadamente la pulsión
humana por el juego. Piense en las redes sociales, que incorporan elementos
lúdicos para provocar la adicción en los usuarios.
P. En efecto, el
teléfono móvil inteligente nos prometía cierta libertad… ¿No se ha
convertido en una larga cadena que nos apresa allí donde estemos?
R. El smartphone es
hoy un lugar de trabajo digital o bien un confesionario digital. Todo dispositivo,
toda técnica de dominación genera artículos de culto que son empleados para la
subyugación. Así se afianza la dominación. El smartphone es el
artículo de culto de la dominación digital. Como aparato de subyugación actúa
como un rosario y sus cuentas; así es como mantenemos el móvil constantemente
en la mano. El me gusta es el amén digital. Seguimos
confesándonos. Nos desnudamos por decisión propia. Pero no pedimos perdón, sino
que se nos preste atención.
P. Hay quien teme que
el internet de las cosas pudiera significar algo así como la rebelión de los
objetos contra el ser humano.
R. No exactamente.
El smart home [hogar inteligente] con cosas interconectadas
representa una prisión digital. El smart bed [cama
inteligente] con sensores prolonga la vigilancia también durante las horas de
sueño. La vigilancia se va imponiendo de modo creciente y subrepticio en la
vida cotidiana como si fuera lo conveniente. Las cosas informatizadas, o sea,
los infómatas, se revelan como informadores eficientes que nos controlan
y dirigen constantemente.
P. Usted ha descrito
cómo el trabajo va tomando carácter de juego, las redes sociales,
paradójicamente, nos hacen sentir más libres, el capitalismo nos seduce. ¿Ha
conseguido el sistema meterse dentro de nosotros para dominarnos de una manera
incluso placentera para nosotros mismos?
R. Solo un régimen
represivo provoca la resistencia. Por el contrario, el régimen neoliberal, que
no oprime la libertad, sino que la explota, no se enfrenta a ninguna
resistencia. No es represor, sino seductor. La dominación se hace completa en
el momento en que se presenta como la libertad.
P. ¿Por qué, a pesar
de la precariedad y la desigualdad crecientes, de los riesgos existenciales,
etcétera, el mundo cotidiano en los países occidentales parece tan bonito,
hiperdiseñado, y optimista? ¿Por qué no parece una película distópica o ciberpunk?
R. La novela 1984 de
George Orwell se ha convertido desde hace poco en un éxito de ventas mundial.
Las personas tienen la sensación de que algo no va bien con nuestra zona de
confort digital. Pero nuestra sociedad se parece más a Un mundo feliz de
Aldous Huxley. En 1984 las personas son
controladas mediante la amenaza de hacerles daño. En Un mundo
feliz son controladas mediante la administración de placer. El Estado
distribuye una droga llamada “soma” para que todo el mundo se sienta feliz. Ese
es nuestro futuro.
P. Usted sugiere que
la inteligencia artificial o el big data no son formas de
conocimiento tan asombrosas como nos las pintan, sino más bien “rudimentarias”.
¿Por qué?
R. El big data dispone
solo de una forma muy primitiva de conocimiento, a saber, la correlación: si
ocurre A, entonces ocurre B. No hay ninguna comprensión. La inteligencia
artificial no piensa. A la inteligencia artificial no se le pone la carne de
gallina.
P. Dijo Blaise Pascal
que la gran tragedia del ser humano es que no puede estar quieto sin hacer
nada. Vivimos en un culto a la productividad, incluso en ese tiempo que
llamamos “libre”. Usted lo llamó, con gran éxito, la sociedad del cansancio.
¿Deberíamos fijarnos como objetivo político la recuperación del tiempo propio?
R. La existencia
humana está hoy totalmente absorbida por la actividad. Con ello se hace
completamente explotable. La inactividad vuelve a aparecer en el sistema
capitalista de dominación como incorporación de algo externo. Se llama tiempo
de ocio. Como sirve para recuperarse del trabajo, permanece vinculado al mismo.
Como derivada del trabajo constituye un elemento funcional dentro de la
producción. Necesitamos una política de la inactividad. Esto podría servir para
liberar el tiempo de las obligaciones de la producción y hacer posible un
tiempo de ocio verdadero.
P. ¿Cómo se combina
una sociedad que trata de homogeneizarnos y eliminar las diferencias, con la
creciente querencia de las personas por ser diferentes de los demás, en cierto
modo, únicas?
R. Todo el mundo quiere
hoy ser auténtico, es decir, diferente a los demás. Así, estamos comparándonos
todo el rato con los otros. Precisamente es esta comparación la que nos hace a
todos iguales. O sea: la obligación de ser auténticos conduce al infierno de
los iguales.
P. ¿Necesitamos más
silencio? ¿Estar más dispuestos a escuchar al otro?
R. Necesitamos que se
acalle la información. Si no, acabará explotándonos el cerebro. Hoy percibimos
el mundo a través de las informaciones. Así se pierde la vivencia presencial.
Nos desconectamos del mundo de forma creciente. Vamos perdiendo el mundo. El
mundo es algo más que información. La pantalla es una pobre representación del
mundo. Giramos en círculo alrededor de nosotros mismos. El smartphone contribuye
decisivamente a esta pobre percepción de mundo. Un síntoma fundamental de la
depresión es la ausencia de mundo.
P. La depresión es uno de los más alarmantes problemas de
salud contemporáneos. ¿Cómo opera esa ausencia de mundo?
R. En la depresión
perdemos la relación con el mundo, con el otro. Nos hundimos en un ego difuso.
Pienso que la digitalización, y con ella el smartphone, nos
convierten en depresivos. Hay historias de odontólogos que cuentan que sus
pacientes se aferran a su teléfono cuando el tratamiento es doloroso. ¿Por qué
lo hacen? Gracias al móvil soy consciente de mí mismo. El móvil me ayuda a
tener la certeza de que vivo, de que existo. De esa forma nos aferramos al
móvil en situaciones críticas, como el tratamiento dental. Yo recuerdo que
cuando era niño me aferraba a la mano de mi madre en el dentista. Hoy la madre
no le dará la mano al niño, sino que le dará el móvil para que se agarre a él.
El sostén no viene de los otros, sino de uno mismo. Eso nos enferma. Tenemos
que recuperar al otro.
P. Según el filósofo
Fredric Jameson es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del
capitalismo. ¿Ha imaginado usted algún modo de poscapitalismo ahora que el
sistema parece en decadencia?
R. El capitalismo
corresponde realmente a las estructuras instintivas del hombre. Pero el hombre
no es solo un ser instintivo. Tenemos que domar, civilizar y humanizar el
capitalismo. Eso también es posible. La economía social de mercado es una
demostración. Pero nuestra economía está entrando en una nueva época, la época
de la sostenibilidad.
P. Usted se doctoró
con una tesis sobre Heidegger, que exploró las formas más abstractas de
pensamiento y cuyos textos son muy oscuros para el profano. Sin embargo, usted
consigue aplicar ese pensamiento abstracto a asuntos que cualquiera puede
experimentar. ¿Debe la filosofía ocuparse más del mundo en el que vive la mayor
parte de la población?
R. Michel Foucault define
la filosofía como una especie de periodismo radical, y se considera a sí mismo
periodista. Los filósofos deberían ocuparse sin rodeos del hoy, de la
actualidad. En eso sigo a Foucault. Yo intento interpretar el hoy en
pensamientos. Estos pensamientos son precisamente los que nos hacen libres.
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