miércoles, 3 de octubre de 2018

¿PUEDEN PENSAR LAS MÁQUINAS?





En el siglo XIII, el filósofo, teólogo y apasionado de la ciencia Alberto Magno, creó uno de los primeros autómatas de los que se tiene constancia. Consistía en una máquina de forma humana, que imitaba la función de un mayordomo. Este útil ayudante de hierro, se paseaba por la vivienda acompañando a su creador, abriéndole cada puerta, y también recibía y saludaba a todo invitado. Fue tras 30 años de funcionamiento, cuando Tomás de Aquino, discípulo suyo, vio aquel artilugio y decidió destruirlo, convencido de que la mano del diablo había influido en su creación. Para el discípulo, la similitud entre el autómata y un ser humano, era de tal magnitud, que sólo el diablo podría haberlo creado; una máquina pensante, sólo era concebible como obra de alguien o algo maligno y fuera de este mundo.

Al descubrir la invención de su maestro, Tomás de Aquino se dio cuenta de todo lo que podía suponer el hecho de que una máquina pudiese pensar, pudiese ser tal y como un ser humano, y tuvo miedo. Pero, aunque fue consciente de las implicaciones de una máquina pensante, probablemente no era consciente de que, ocho siglos más tarde, esta misma cuestión seguiría siendo un interrogante sin respuesta.

Precisamente el miedo a que una máquina pueda pensar, y por lo tanto pueda “superar” a la raza humana, es lo que nos lleva a negar la posibilidad de que las máquinas piensen.
Así lo afirmaba d’Holbach, diciendo que “la ignorancia y el miedo han creado lo inmaterial, el engaño lo ha adornado o desfigurado; la debilidad lo adora, la credulidad lo mantiene vivo.” Hemos creado una inexistente parte inmaterial que nos distingue, y nos aporta nuestra humanidad. ¿De que humanidad hablamos en verdad?, pues el hombre solo es guiado por sus principios naturales: al igual que un animal, se acerca a lo que le resulta placentero y beneficioso, y se aleja de lo perjudicial y dañino. Descartes definía al animal como una máquina, y estaba en lo cierto, pero se equivocó al decir que el ser humano no lo era. En verdad, no existe una esencia humana específica, tan solo una suposición como producto del desasosiego.
Por eso, la conclusión más lógica es que una máquina puede llegar a pensar.

¿Por que negamos entonces tan rotundamente esta posibilidad? Desde un primer momento, se suele tachar de disparate el que una máquina sea como un ser humano, por lo que quizás es mejor abordar este dilema de la manera inversa: “el ser humano es como una máquina”.
Esta idea la defiende el monista materialista La Mettrie, en su obra “Hombre Máquina”. Para el filósofo francés, al igual que para d’Holbach, la única realidad existente es la materia. El alma es por lo tanto, tan solo “una palabra vacía a la que no corresponde ninguna idea”, que se usa para referirse a nuestra parte pensante. No es posible separar los fenómenos corporales de los fenómenos psíquicos de la parte pensante, pues los fenómenos corporales determinan los psíquicos. Esto nos viene a decir que, al igual que una máquina funciona por un conjunto de piezas, un ser humano funciona por un conjunto de órganos.
Nuestra actividad mental es el resultado de los impulsos eléctricos de nuestro sistema nervioso, acompañados de procesos naturales y reacciones biológicas que conllevan la liberación de ciertas sustancias químicas; es algo puramente mecánico. Entendido así, no hay razón por la que una máquina no pueda pensar.


Todo escéptico ante la posibilidad de una máquina capaz de pensar, se apoya en el hecho de que el comportamiento de una máquina es inducido externamente, y el de un humano es fruto de sus reacciones naturales. Pero, en su práctica totalidad, el comportamiento humano también procede de lo externo. Según el conductismo, el comportamiento humano se establece entorno a un condicionamiento, en el que se aporta un estímulo y se da una respuesta. Esto quiere decir que actuamos de una manera u otra dependiendo de las circunstancias con las que nuestro cerebro asocie cada estímulo. Así, a lo largo de nuestras vidas, vamos forjando un conjunto de reacciones y comportamientos para cada situación. Del mismo modo, la programación de una máquina consiste en lograr que asocie una respuesta a un estímulo, teniendo en cuenta las circunstancias. Al igual que un ser humano, durante su programación, una máquina obtiene una serie de procesos como reacción a distintos estímulos, que determinan su funcionamiento. Funcionamiento mecánico y comportamiento humano, son, esencialmente, lo mismo. No hay una diferencia real entre el aprendizaje que realiza un ser humano para determinar su comportamiento, y el aprendizaje de un ordenador al ser programado para desempeñar una tarea.

Y es que pensar, es considerar las cosas con atención y detenimiento, es comprenderlas bien, es hacer un juicio, formar una opinión, y tomar una decisión. Pensar, es algo que sin duda alguna, puede hacer una máquina.

Y la prueba definitiva, es que en 2014, una máquina superó por primera vez el famoso “Test de Turing”. Dicho test tiene como finalidad determinar si las máquinas pueden pensar. Para ello, un juez debe mantener una conversación con distintos participantes, y determinar si alguno es una máquina. Se considera superado el test si el 30% de los jueces creen que la máquina era un participante humano, ya que es capaz de mantener una conversación como tal. Así, el test al que Turing denominó “El juego de la imitación”, nos demuestra que la tecnología ha alcanzado lo impensable: una máquina pensante.


Pero, aunque el test de Turing se haya tomado como prueba infalible, en su propio nombre encontramos una grieta. El “juego de la imitación” demuestra justo lo que su creador quería probar falso: que las máquinas no pueden pensar, solamente pueden imitar el pensamiento. Que una máquina supere la prueba, únicamente nos evidencia que sus creadores han sabido engañar a los jueces, no que hayan creado una máquina que pueda pensar.

Aunque La Mettrie pudiese demostrar científicamente su mecanicismo, y d´Holbach tuviese razones para creer que lo inmaterial era el resultado del miedo, ambos caen en el reduccionismo materialista. Al igual que se puede probar que lo material existe, no se puede probar la no existencia de lo inmaterial. La simple posibilidad de que haya un alma, un espíritu, una mente, no es concebible en una máquina. Y por tanto, el pensamiento tampoco debería serlo.

Aunque el conductismo pueda explicar la psicología humana como si se tratase de una programación de nuestras reacciones, dada por los estímulos exteriores que recibimos a lo largo de nuestras vidas, no cuenta con la parte irracional de nuestra mente. ¿Que hay de la dimensión inconsciente de la que hablaba Freud? No podemos olvidar nuestros instintos e impulsos, lo inesperado del pensamiento humano, que deja a un lado lo externo y se guía por la intuición.


Porque pensar, no es solamente “formar y combinar ideas y representaciones de la realidad en la mente” como afirma el diccionario de la Real Academia Española; pensar implica mucho más que lo que su definición nos dice.
Pensar, supone tener consciencia, supone saber que existes y plantearte porqué. Una máquina no es consciente, tan sólo puede ser programada para decir que lo es.
Pensar conlleva cuestionarse qué es lo correcto moralmente. Una máquina jamás tendrá remordimientos, jamás se enfrentará a dilemas éticos, porque no posee conciencia.
Pensar suscita la libertad; libertad de decidir sobre nuestros actos, de comportarnos como queramos, de hacer lo que queramos. Una máquina no es libre: ha sido programada para actuar de una manera determinada, y no tiene la capacidad de hacer otra cosa.
Pensar significa sentir: amar, odiar, temer, admirar, echar de menos,… todo es fruto de nuestro pensamiento. Una máquina puede juzgar una obra de arte, y reconocer su perfección y simetría, pero nunca podrá sentir lo que transmite.
Pensar desentierra la dignidad, la honra, y la decencia pública y propia. Una máquina no tiene dignidad, no tiene derechos, no puede sentirse humillada ni degradada: es, y siempre será, un medio. En cambio, como aseguraba Immanuel Kant, “el ser humano es un fin en sí mismo, nunca puede ser utilizado como medio.”

Volvamos de nuevo al siglo XIII, con Alberto Magno y su mayordomo de hierro. Aunque ya entonces se intentaba lograr que una máquina hiciese todo lo que hace un ser humano, se trata de una meta inalcanzable. Porque tener un mayordomo humano supone que te comprende cuando le hablas, que aprende de sus errores, que pueda actuar de manera irritante si tiene un mal día. El autómata no podría entender, ni aprender de sus errores, si no está programado para ello. El autómata nunca perdería las formas, porque nunca tiene un mal día; porque no es una verdadera persona con necesidades humanas. El autómata nunca haría mal su trabajo, no cometería errores de los que aprender.

Quizás es por eso, que las máquinas no pueden pensar: porque están hechas para ser perfectas.

No podemos negar que todo pensamiento es relativo e imperfecto, siempre hay algún error en nuestro juicio, alguna incorrección, por mínima que sea. Pero, precisamente ese riesgo de equivocación, es la esencia del pensamiento: no tiene porque ser certero y acertado, no importa lo correcta o desacertada que sea una idea, sigue siendo una reflexión igualmente válida.
Ahí esta la respuesta, en la precisión mecánica que desvirtúa todo proceso que emula el pensamiento humano, y aleja a las máquinas de poder llegar a pensar algún día.
Porque nuestra consciencia, nuestra naturaleza moral, nuestra libertad, nuestros sentimientos,  y nuestra dignidad, condicionan nuestro razonamiento, y hacen de nuestro pensamiento algo increíblemente subjetivo. Una máquina sabe desde la certeza y la seguridad, un ser humano cree desde la duda y la incertidumbre. En palabras de Kant: “Vemos las cosas, no como son, sino como somos nosotros”.

¿Pueden pensar las máquinas, entonces?

Personalmente, creo que, actualmente, las máquinas no son capaces de pensar. En cuanto al futuro, opino que hasta que no se cree una máquina dotada de subjetividad, no podremos afirmar que las máquinas pueden pensar.
Frente a la excelencia mecánica, siempre quedará la imperfección humana. Y es que, son todos los defectos y limitaciones humanas, los que hacen de la interacción entre neuronas, el acto de pensar.

Leire Martín Uriarte
Alumna de 1º de bachillerato


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