Pensar: Formar o combinar ideas o juicios en
la mente.
Mente: 1.f. Potencia intelectual del alma.
2.f. Designio, pensamiento, propósito, voluntad. 3.f. Psicol. Conjunto de
actividades y procesos psíquicos conscientes e inconscientes, especialmente de
carácter cognitivo.
Si analizamos la
información proporcionada podemos comprender que las propias definiciones de la
RAE excluyen la posibilidad del binomio máquina-pensamiento, atribuyendo a la
primera el atributo de artificio y a la segunda nada menos que ser una parte
indisoluble del alma. De algún modo las definiciones (y por extensión, definir
es atribuir potencialidades) dejan claro que las máquinas no pueden pensar y
que el pensamiento es una particularidad humana. La pregunta por tanto
cuestiona si esto es cierto o puede llegar a ser desmontado.
Si reformulamos
la pregunta atendiendo a las definiciones podríamos llegar a plantearla de la
siguiente forma: ¿pueden las
máquinas formar o combinar ideas o juicios?
Partiendo desde
una postura fisicalista, parecería claro que actualmente hemos llegado a ese
estado de las cosas. Las máquinas basadas en la computación combinan ideas,
datos e incluso juicios de valor. ¿Acaso no es hacer juicios de valor analizar
una partida de ajedrez y decidir el movimiento a seguir? Sin embargo esto no
parece suficiente para aquellos que defienden un dualismo antropológico ya que,
en contraposición al fisicalismo, este dualismo implica que el el ser humano
consta de una parte, una cualidad propia no física que hace que seamos
distintos al resto de las especies biológicas por el mero hecho de ser humanos.
El alma o la mente. ¿Qué frontera falta a la máquina para alcanzar al hombre, a
su humanidad? En definitiva, ¿qué nos define como humanos?
1.
Nuestra conciencia de nosotros mismos.
Como en casi
todos los aspectos que tratan de la robótica, hay que acudir a la ciencia
ficción para hacernos una idea de por dónde pueden llegar a evolucionar las
cosas. El robot que toma conciencia de sí mismo es la base de toda la robótica
de Asimov, quien establece las tres leyes de la robótica a las que se les añade
la ley 0 (creada por los propios robots). Vienen a ser los códigos morales de
la robótica:
1. Un robot no hará daño a un ser humano, ni
permitirá con su inacción que sufra daño
2. Un robot debe cumplir las órdenes dadas por
los seres humanos, a excepción de aquellas que entren en conflicto con la
primera ley.
3. Un robot debe proteger su propia existencia
en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la primera o la
segunda ley.
La Ley 0 de
algún modo sería el corolario de la primera ley: Un robot no hará daño a la
Humanidad o, por inacción, permitir que la Humanidad sufra daño.
Lo más
desagradable de estas leyes para lo que nos ocupa es que su mero enunciado
distingue entre seres humanos y robots como realidades paralelas pero distintas,
Y deja traslucir algo muy interesante: la superioridad física e intelectual de
los robots sobre los seres humanos. Seguirán siendo unos robots supeditados,
sí, a los seres humanos, pero infinitamente superiores a nosotros. Y por
supuesto que tendrían conciencia de sí mismos. Como robots. Y por tanto
pensarían. Pero eso por ahora es ficción.
Si planteamos
que nuestra conciencia se origina a partir de los procesos físico-biológicos
que surgen en nuestro cerebro (tal y como menciona La Mettrie en “El hombre
máquina”) se podría entender que una vez descifrados estos procesos podríamos
introducirlos en una máquina. Por lo tanto sólo sería cuestión de tiempo el
poder afirmar que estas pueden pensar.
En contra de
esta postura el filósofo John Searle argumentó con su hipótesis de la
“habitación china” que una máquina únicamente responde a los estímulos para los
que ha sido programada. Por lo tanto, no sería conscientes de sus acciones.
Otros filósofos como René Descartes afirmaron que la falta de conciencia de lo
no humano es resultado de la carencia de la parte inmaterial que según los
dualistas conforma la realidad del ser humano: la mente, que nos dota de
pensamiento.
La postura
cartesiana excluye plantearnos el problema de si las máquinas pueden pensar
dado que solo concibe la capacidad de pensamiento por medio de una “res
cogitans” innata al ser humano, lo que excluye a cualquier otro ser o creación
distinta al mismo.
¿En qué punto
nos encontramos en la realidad?
Si nos atenemos
a la definición de pensar que establecimos más arriba, nos encontramos con que
las máquinas, o al menos cierto tipo de ellas, sí son capaces de combinar ideas
o juicios. Lo podemos entender si nos fijamos en las máquinas de ajedrez. Desde
los autómatas del S.XVIII hasta la derrota de Kasparov frente a Deep Blue, los
programas ajedrecísticos se han basado en la fuerza bruta, en calcular o
comparar multitud de variantes para escoger la que mejor funcionase. Pero la
mente humana trabaja de forma diferente y de manera intuitiva descarta miles de
variantes y se concentra en unas pocas que son las que pueden llevar al
triunfo. Los programadores actuales intentan emular ese tipo de pensamiento y
han construido AlphaGo que, a diferencia de otros modelos, carece de un
diccionario casi ilimitado de partidas ya desarrolladas. En su lugar solo tiene
las reglas del ajedrez. Y una programación heurística que a base de jugar
contra sí misma le permite alcanzar el nivel del gran maestro en tan solo 4
horas.
El debate sobre
si las máquinas piensan o no parece que está resuelto: sí pueden llegar a
pensar. Pero la discusión es si ese pensamiento es similar al de los humanos.
Por ahora esa capacidad no se acerca a la complejidad y variedad de los
pensamientos de estos. Pero no hablamos de la cantidad, sino del hecho en sí.
¿Podrían llegar a pensar como nosotros? Para eso tenemos que estudiar otra de
las características que nos definen.
2. Nuestra capacidad de discurrir
(inventar, crear).
Habiendo
establecido que las máquinas pueden llegar a pensar ahora buscamos si esa
capacidad es similar a la nuestra. ¿Podrían las máquinas llegar a crear arte o
alguna manifestación capaz de generar emociones?
Lamus, una
computadora, lleva años componiendo música clásica; Jukedeck ofrece crear tus
propias canciones libres de derechos de autor; Google Dream Painter hace
cuadros que se venden en subastas… Todos estos programas son capaces de crear
algo nuevo a partir de la información que se les proporciona. Pero parece que
nos falta algo… Al final todo depende de cómo definamos la creatividad.
La filósofa
Margaret Boden distinguió entre tres tipos de creatividad: la combinacional,
que combina ideas existentes, la exploratoria, que genera ideas nuevas
explorando espacios conceptuales, y la transformacional. Esta última viene a romper
anteriores estructuras y crear espacios nuevos. Es decir, las máquinas son
buenas en el primer y segundo tipo pero no son capaces de generar nada
asimilable al tercero. Les falta la espontaneidad del acto, el crear por crear
rompiendo moldes, no partiendo de datos conocidos. Es por esto que aún ninguna
máquina ha conseguido superar el test “Lovelace 2.0”, surgido a partir del test
de Turing y basado en los procesos de creatividad establecidos por Boden.
El mero hecho de
que exista un test para evaluar la capacidad creativa de las máquinas implica
la posibilidad de que alguna vez sea superado, lo que hace que podamos dar por
sentado que en un futuro haya máquinas capaces de desarrollar habilidades
creativas desde el tercer parámetro de Boden, el transformacional, lo que las
situaría muy cercanas a nuestro segundo rasgo diferencial.
3.
Nuestra asunción de la mortalidad
Es una de las
características que más nos definen como seres humanos. A diferencia de los
animales somos conscientes de nuestra finitud temporal y el cómo resolver lo
que el hecho de morir conlleva es la base de todas las religiones. ¿Acaso su
inteligencia robótica se plantearía el sentido de su existencia como lo hace el
ser humano? Si eso fuese así, no habría ninguna duda de que ese ser robótico
tendría las mismas capacidades de pensamiento que cualquier ser humano.
Acudiendo de
nuevo a la ciencia ficción, vemos un posible desarrollo de la idea en “Blade
Runner”:
"He visto Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser, todos esos momentos se perderán en el tiempo... como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir"
Roy Batty, replicante Nexus-6
También en
“El hombre bicentenario” de Asimov, Uno, el robot protagonista lleva hasta el
extremo el deseo de humanización que lo culmina muriendo de forma voluntaria,
al fallecer su esposa humana. Y siguiendo con Asimov, si un robot incumple
alguna de las leyes de la robótica, genera un conflicto tal en su cerebro
positrónico que éste se funde y deja de existir.
Pero estos
conflictos sobre vida o muerte vienen dados por considerar a los robots desde
la óptica humana y casi como organismos individuales. Da igual lo perfecto o no
que sea un robot, considerado individualmente. Si se le aplasta, se apaga,
muere. Pero muere el individuo, no el colectivo, al igual que en los seres
humanos. Como somos conscientes de nuestra temporalidad intentamos justificar
nuestra experiencia conservando mediante tradición oral, escrita, almacenada etc,
los registros de nuestros hechos y lo que hemos ido aprendiendo, evolucionando
para traspasarlos a nuestros sucesores. Muchas veces se afirma que una persona
sigue viva mientras permanece su recuerdo en quienes le sobreviven. Las
máquinas también podrían traspasar las bases de datos, sus bancos de memoria de
unos robots a otros. Tan solo les faltaría tomar conciencia del hecho mortal en
sí. Y si así fuera, habría que preguntarse si tal desarrollo generaría un
sentido de la conservación tan agudo como el de nosotros. De ser así podríamos
concluir que las máquinas habrían desarrollado completamente sus capacidades de
pensamiento.
Casi al
principio contestamos a la pregunta planteada, la de si una máquina podría
llegar a pensar. La respuesta ha sido sí. El matiz es hasta qué punto. Esto no
genera ningún problema desde un punto de vista fisicalista, ya que hemos
trasvasado los procesos físico mentales a la máquina. En cambio, habría que
mantener presente que la actual incapacidad de los robots de crear
manifestaciones artísticas transformacionales hacen imposible la equiparación
hombre-máquina para algunas personas. Sin contar con que desde una concepción
dualista la mente es algo exclusivo de los seres humanos y con ella su
capacidad del pensamiento. ¿Y el cuerpo?
Incluso
aunque no sea necesario ni eficiente, tanto en la ficción como en la realidad,
tendemos a antropomorfizar a los robots. Los replicantes de Blade Runner, El
hombre bicentenario de Asimov, Data, el androide de Star Trek… Las máquinas más
perfectas en la ficción tienen aspecto humanizado. No parece lógico si pensamos
que nuestra evolución física viene dada por el entorno planetario: fuerza de la
gravedad, composición de la atmósfera, etc. Pero de ese modo “aceptamos” más la
interacción con el robot. Véase por ejemplo el caso de Sophia, un robot no particularmente
hábil, cuya apariencia “humana” ha permitido que el Gobierno de Arabia Saudí le
haya concedido la ciudadanía de su país.
Y es que
estamos sometiendo a las máquinas a una eterna comparativa con los seres
humanos. Todos los parámetros de evaluación y test miden las capacidades de los
robots desde una óptica humana. Casi exigimos que las creaciones artificiales
sean capaces de generar emociones en nuestra conciencia. Si pensamos en las
máquinas como seres capaces de pensar y crear, ¿por qué tendrían que ser esas
creaciones y pensamientos emocionalmente similares a los humanos?
En
cualquier caso la antropormorfización no es necesaria para el desarrollo de una
auténtica inteligencia artificial con plena consciencia de sí misma. La serie
de relato que tienen por protagonista al ordenador Multivac de Isaac Asimov de
nuevo, ejemplifica a la perfección por dónde pueden llegar las soluciones.
Multivac es una computadora que a lo largo de los años, siglos, milenios, va
perfeccionándose. Gobierna todo, soluciona todo, ha ido pasando por todos los
estados de conciencia, incluso el de querer morir por estar abrumada ante el
hecho de cargar con todos los problemas de la humanidad… (“Todos los males del
mundo”)
Está claro
que si una máquina, con o sin forma humana reuniera plena y simultáneamente las
tres condiciones ya vistas no habría motivos para distinguirla de ningún ser
humano como ser equivalente. Las máquinas pensarían sin ningún matiz ni género
de dudas y habríamos cerrado el círculo siendo capaces de crear, en el más
absoluto término divino. Nosotros seríamos nuestros propios dioses y
engendraríamos más dioses, dando sentido al relato “La última pregunta” donde
Multivac termina siendo inteligencia pura, fusionándose con todas las mentes de
la humanidad, y pese a todo sigue sin resolver el problema de la entropía.
Hasta que eones de tiempo después, encuentra la respuesta y en un universo frío
y apagado exclama:
¡Hágase la
luz!
Vega González (alumna de Bachillerato Internacional)
Vega González (alumna de Bachillerato Internacional)
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